A lo largo de nuestra historia, la capacidad para establecer vínculos y relaciones sociales fue una de las ventajas evolutivas que garantizó nuestra supervivencia. Así es que, a día de hoy con la supervivencia más garantizada que en las cavernas, pocas cosas pueden llegar a generarnos tanto malestar o bienestar como las relaciones con los demás.
La organización de personas en sociedades con otros humanos no surge del azar sino de los beneficios que nos aporta a nivel individual. Algunos de ellos son: el reparto y especialización en tareas, establecer vínculos genuinos, combatir adversidades o compartir logros.
Quizás, en la sociedad individualista que vivimos, nos hayamos olvidado de que no somos enteramente autosuficientes y de que compartir con los demás nos ha permitido sobrevivir a especies predadoras, catástrofes naturales y enfermedades, entre otras adversidades. Quizás los valores individualistas nos hacen olvidar que en la unión se logran cosas que individualmente serían imposibles de alcanzar.
Durante muchos años, la crianza y supervivencia del individuo dependió de la pertenencia a la tribu. Estar fuera de ella, ser un individuo único, más que deseable suponía un peligro para la propia vida. A día de hoy, y a pesar de estar en una cultura que premia y nos convence de querer ser diferentes y autosuficientes, no podemos escapar de nuestra naturaleza social y por mucha vergüenza o miedo que nos genere, nos sigue importando la evaluación social, encajar en grupos y ser válidos y suficientes.
Hoy, cuando más garantizada tenemos la supervivencia, lograr relaciones satisfactorias se nos complica. Los mensajes que recibimos acerca del sentido de la vida se centran en ser felices y esa felicidad, aun sin saber muy bien que es, poco tiene que ver con la tribu y los demás.
Nos venden una felicidad basada en la autorrealización, el autocuidado, la autoestima y, en definitiva, las autocosas. Y al final, tan centrados estamos en alcanzar todas estas autocosas que perdemos todo lo que queda fuera de ellas, descuidamos la tribu y esta se transforma. Las tribus se han vuelto telemáticas, existen a través de escaparates en los que mostramos una identidad elegida al detalle, comprada, autocuidada, y la exponemos ante un montón de (semi)desconocidos. La tribu ya no es confianza y cuidados mutuos sino un escenario en el que reafirmar o fingir mi identidad única y especial.
Un análisis más detallado acerca del cambio social y su aceleración a través de las redes sociales podemos verlo en: https://revistametabasis.com/wp-content/uploads/2023/06/metabasis00015093102.pdf
Porque nuestra especie no ha tenido tiempo a cambiar a la velocidad del desarrollo de la cultura individualista en la que sobrevivimos hoy en día. Seguimos siendo seres sociales y seguimos necesitando de los demás para estar bien. Por otro lado, los valores que nos llegan de la sociedad dificultan a menudo mantener esos vínculos sociales, que necesitan de reconocer errores, pedir perdón, escuchar, dedicar tiempo de calidad o ser tolerantes con las diferencias entre individuos. Es como si nos hubiéramos creído que todo eso nos saca del único camino importante, legítimo y posible: el camino hacia la felicidad. Un camino que, lejos de ser satisfactorio, es solitario, autoexigente, punitivo con cualquier emoción desagradable y antinatural.
Aunque ya no necesitemos cazar ni escapar de predadores e incluso podemos alcanzar todas esas autocosas, la tribu sigue siendo irremplazable e imposible de autogenerar. La comunidad aún es fundamental para compartir el dolor, las alegrías, las angustias y las elecciones que tomamos. Para enfrentar la muerte, celebrar la vida, para compartir nuestras dudas, obtener certezas, para saber quiénes somos, para aprender, para fallar, para no existir en soledad, para dejar algo en los demás y que los demás dejen algo en nosotros, para pasar por la vida y que la vida pase por nosotros de forma significativa. Porque por mucho que podamos comprar una existencia autosostenida, no estamos diseñados para ella, no es natural y tampoco colabora en nuestro bienestar.
La importancia de la tribu aún se pone de manifiesto en estos tiempos cuando aparece la adversidad. Algunos ejemplos los vimos durante la pandemia, con los incendios forestales de este verano o con la DANA. No esperemos por los tiempos adversos para cuidar de nuestro alrededor ni para preocuparnos por los demás. No esperemos porque no sabemos cuando se hace tarde.
















